La rutina diaria experimentada en la clase trabajadora está constantemente en evolución. Lo que se encuentra roto no solo es la clase trabajadora, sino también la constante destrucción de una existencia común; las grietas de un enemigo, la vida fragmentada, como un rompecabezas al final de la jornada laboral. Quebrantada como el espíritu de aquellos que pierden dos horas diarias en el transporte público o en salas de espera de clínicas, sin esperanza de mejora; sin futuro. Fragmentada por el dolor al enterrar a un colega fallecido en un accidente laboral o al sufrir insomnio por la incertidumbre del despido o la falta de empleo en una fábrica ajena, pero vital. Los fragmentos necesitan reparación, mantenimiento y piezas de repuesto. La clase trabajadora está en constante estado de deterioro y reconstrucción. Nada es estable, concreto o inquebrantable en la realidad laboral. Las grietas son parte de la rutina, algo a lo que hay que acostumbrarse sin perder la sensación de vulnerabilidad que puede minar la confianza. El zurcido es una forma de remediar el ritmo de vida de la clase trabajadora, ya que no hay humildad sin ese hilo visible. Esta obra es una interpretación personal, íntima y subjetiva de cómo los orígenes sociales influyen en la vida de la clase trabajadora.