El fascismo italiano fue visto como vanguardia estética en el siglo XX, vivido por sus seguidores como una religión secular con raíces en el socialismo de izquierda y la derecha. Su estudio, estética y poder sugerente aún son relevantes, atrayendo a historiadores interesados en sus orígenes intelectuales y políticos. Mussolini atrajo seguidores explotando el descontento nacional con nacionalismo y populismo, aprovechando la inestabilidad política de la posguerra. Su ascenso al poder se debió en parte a la debilidad política de Giolitti, primer ministro en 1922. El fascismo se apoyó en la unidad nacional, propaganda, deporte, cultura, mitos de la mujer-madre y atracción de los jóvenes como creadores de una nueva Italia. El régimen fascista se centró en la estructura interna del partido, política internacional y aspiraciones imperiales, generando repercusiones internacionales y grupos miméticos en Europa, América y Asia.