En 2015, Volkswagen logró superar a Toyota como el mayor fabricante de automóviles del mundo, pero meses después se descubrió que habían instalado un software en once millones de vehículos para evadir pruebas de emisiones. En 2017, la empresa acordó una compensación millonaria, pero la historia se remonta a 2009, cuando descubrieron que su motor diésel no cumplía con las normas de emisiones. Los ingenieros tuvieron que decidir entre confesar el fracaso o cometer un delito, y así se originó el fraude en la empresa. La lección de la historia es cómo la presión por lograr objetivos corporativos puede llevar a consecuencias catastróficas en el siglo XXI.